28 de abril de 2014

DE VACACIONES Y OTRAS FANTASÍAS, I.



En el prólogo de J. Mallas a Las maravillas de la antigüedad, el autor rebautiza a las estructuras modernas urbanas, que Le Corbusier llamara “máquinas para vivir”, como “máquinas para huir”. Nada más contundente que la llegada de las vacaciones para constatar lo acertado del nombre. Dicen que decía Foucault que el utilitarismo en que vive la civilización contemporánea se traduce en dos actitudes opuestas pero igual de inútiles: por un lado, la huida; por otro, el gregarismo.

En la sociedad de masas, deberíamos unirlas en una sola actitud con dos caras. Una huida hacia el gregarismo y un gregarismo que busca huir. El personal se refugia en la masa para no tener que aguantarse. Se aburre a sí mismo. Se aburre porque el aburrimiento es el reflejo de una existencia que se fija en todo menos en sí misma, que vive en los otros, que no para los otros. Entre el “qué dirán” y el “ya verán”.

Una vez integrados en la masa, la amalgama se esparce por donde la mandan porque no tiene nada sólido que la aguante. Se junta cuando el amasador la recoge. Se expande cuando la presiona. Se junta en invierno. Se expande en verano. Se junta. Se expande. Se junta… sea como sea, en una forma u otra, siempre es masa.

A la expansión la llaman “escapada”, como si no hubiera efecto elástico, y suena guay. Como en las pelis. Aires de libertad y esas cosas. Como suenan

todas las evasiones que permiten aburrirse en otra parte, para no aburrirse en soledad. La peña comparte su aburrimiento en hoteles clonados bajo un sol cuyos efectos bronceadores marcan la diferencia.

Cuando se trabajaba fuera, la piel blanca constataba la supremacía de la clase ociosa; ahora que se trabaja dentro, la piel quemada y castigada le enseña al mundo cuánta ociosidad se puede permitir el personal cuando el panadero extiende la masa.

Algún día, el cáncer de piel no sólo levantará ampollas: dará envidia. Bastará con que alguna modelo famosa exhiba manchas en los mofletes. O que a algún publicista se le ocurra soltar algo como que “comprobado, al 92% de las tías buenas le ponen los tíos con carcinomas en la espalda”. Y ya.

Se lió.

Pero bueno, no sólo el color importa. Un factor importante es el lugar donde se quema la piel. Para un español, no es lo mismo Torrevieja que Cancún. Para un alemán, no es lo mismo Mallorca que Bahamas. Y así con cualquiera, que para eso estamos globalizados. Lo de la distancia tiene que venir por la memoria genética o algo así, de cuando los exploradores iban a los límites del mundo conocido en busca de algo que los sacara de la rutina y les ampliara los conocimientos y esas cosas. Cualquiera sabe…

Hoy en día, todavía queda gente intrépida que se atreve a surcar territorios más allá de las piscinas de los hoteles. Pero de la exploración sólo queda el instinto de que la distancia es la sorpresa.

Rumbo a lo desconocido.

¡Aventura!

Pero al parecer es mentira. Dicen que está todo manipulado por tour-operadores y demás gente que organiza vacaciones. Que la aventura es una fantasía de parque temático y que lo desconocido es lo mismo se vaya donde se vaya.

Pero bueno, es normal. Si lo desconocido no estuviera preparado de antemano, nadie se adentraría en el susodicho ni emprendería aventura alguna…

Qué cosas…
El palacio de cristal



En realidad, esto no es nuevo. El asunto viene de lejos y es propio de la era moderna. El turista es el producto de una época que ha “desaprendido” a vivir en lo Real y que se ha acostumbrado a controlarlo todo en aras de la seguridad y el confort. La incertidumbre es incómoda. Leyendo a Sloterdijk, En el mundo interior del capital, encontramos algunos apuntes sobre la evolución del viajero después de la época de los grandes descubridores y exploradores, cuando el mundo ha sido domado por la globalización y el rumbo a lo desconocido se ha tornado en “tráfico rutinario”.

Dostoievski usó el Crystal Palace de Londres, sede de la Exposición Mundial y posteriormente parque de recreo, como metáfora de la civilización occidental y su relación con el mundo conquistado por el Progreso, un mundo donde ya no caben las sorpresas y la técnica ha domado los tiempos de viaje y recortado las distancias: un edificio en el que los seres humanos rinden homenaje “al poder del dinero, al movimiento puro y a los placeres narco-estimulantes”. En el palacio de cristal, dice Sloterdijk haciendo suya la metáfora,

"ya se esbozaba la alusión a un capitalismo integral, popular, orientado a la vivencia, en el que estaba en juego nada menos que la absorción total del mundo externo en un espacio interior completamente calculado."
Un “receptáculo suficientemente espacioso como para no tener ya que abandonarlo quizá nunca”. El planeta rediseñado a imagen y semejanza del consumismo. Hoy en día, los herederos más notables de aquel edificio son los centros comerciales, los centros de ocio y los complejos turísticos.

El interés por la cultura local o cualquier otro tipo de experiencia desaparece para este tipo de viajero global: el turista. Un viajero sin más interés en el viaje que el mero capricho de moverse para luego exhibirse en algún aspecto al que tenga estima. Se trata de una figura surgida en el siglo XVII y que:


Todavía en 1855 el Conversationslexicon de Brockaus constataba que turista se llama a “un viajero al que no le une ningún objetivo determinado, por ejemplo científico, con su viaje, sino que sólo viaja por hacer el viaje y poder contarlo después”.
Un ejemplo es el protagonista de la novela de Julio Verne, La vuelta al mundo en ochenta días: un Phileas Fogg dispuesto a demostrar que un viaje alrededor del globo es un asunto perfectamente calculable y organizable gracias al progreso de Occidente:

"El mensaje de Julio Verne es que en una civilización técnicamente saturada ya no existe aventura alguna, sino sólo el riesgo de un retraso".
Con Verne, el viajero universal va más allá en la anulación de la experiencia y se convierte simplemente en un pasajero…

"…que paga para que su viaje no se convierta en experiencia alguna, de la que hubiera que informar después. La vuelta al mundo es para él un esfuerzo deportivo y no una lección filosófica, ya ni siquiera parte de un programa educativo."

El flemático Phileas Fogg representa una figura que se puso de moda entre la élite de su tiempo, el globe trotter, al tiempo que, como personaje de Verne, un aviso del futuro que habría de llegar:

"El estoico turista prefiere viajar con las ventanas cerradas; como gentleman, persiste en su derecho de no tener que considerar nada como digno de verse; como apático, rechaza hacer descubrimientos. Estas actitudes anuncian un fenómeno de masas del siglo XX, el hermético viajero a destajo, que transborda por doquier sin haberse fijado en ninguna parte en algo que no coincidiera con las imágenes de los prospectos."

Prospectos y guías que hacen las veces de “animadores culturales”, apelativo agradable para referirse a quienes instruyen en el arte de olvidar por un rato, que no superar, el aburrimiento inherente a una vida útil.

"Los actores de la cultura de la diversión se mueven en sus superficies de bienestar como soberanistas de la vulgaridad y se atribuyen el dejarse-llevar intencionado como motivación suficiente. Podrían renunciar a consultores porque se dirigen directamente a seductores; se confían, en todo caso, a su entertainer, a su trainer, a sus escritores efectistas. Soberano es quien decide por sí mismo dónde y cómo quiere dejarse engañar."

La única manera de lograr construir algo sobre el vacío es fantaseando que se construye algo. De eso trata la época. De fantasear.
Tiempo para ser felices



En El acoso de las fantasías, Slavoj Zizek define la fantasía como la realización de un deseo en forma de alucinación. Pero la cuestión es para qué deseamos, y la respuesta está en que el deseo no es un fin en sí mismo, sino que nos sirve para “ser deseados” por los otros. Esto es lo que hace que las modas funcionen: no adquiero algo porque me gusta, sino porque gracias a ese algo voy a gustar a otros.

La alucinación colectiva consiste en que la realización del deseo, como llevar puesto cierto vestido, ofrece una imagen, un estatus y una identidad que no son la realidad de la persona, sino la identificación con un personaje de la fantasía creada por los eslóganes sociales. Y esa identificación incluye el veraneo, sus bronceados y sus lugares.

La fantasía por mantener el control sobre la realidad alcanza cuotas soberbias que nunca ven el final. Sirva este ejemplo de Zizek para completar la evolución histórica del viajero sin inquietudes de Sloterdijk hasta la actualidad, cuando la vida real está prohibida por desagradable:

"Basta con recordar las instrucciones de seguridad previas al despegue de un avión -¿no se sostienen acaso por un escenario fantasmático de cómo se vería un accidente aéreo? Tras un suave aterrizaje en el agua (¡milagrosamente siempre se espera que ocurra en el agua!), cada uno de los pasajeros se pone un chaleco salvavidas y, sobre un tobogán de playa, se desliza hasta el agua y nada, como en unas gratas vacaciones colectivas en un lago, bajo la supervisión de un instructor de natación experimentado… ¿No es también esta “amabilización” de una catástrofe (un suave aterrizaje, las azafatas como bailarinas señalando graciosamente la salida…) la ideología en su máxima expresión?"

(El acoso de las fantasías)

A partir de aquí, se entra en un universo de ficción del que pocos quieren salir. Y es que la idealización es una necesidad para poder sobrellevar el horror de lo Real. Cuanto más se acerca uno al objeto de deseo y se desmorona la pantalla de la fantasía, más se aprecia su aspecto repugnante. Esto es algo que se comprende muy bien cuando se ven esos documentales donde la cámara se acerca cada vez más al contenido de un bello jardín en el que las hermosas flores dejan paso a todo un mundo de insectos, babosas y material orgánico en putrefacción, “lo que queda de la realidad cuando ésta pierde su apoyo en la fantasía”.

Por eso el turista contemporáneo no puede permitirse que un imprevisto desmorone su fantasía de quince días antes de regresar a la rutina de todo un año. Necesita soñar que su vida es una mala pesadilla y que su fantasía es una realidad eterna. No hay tiempo para más… mucho menos para la verdad.

Sólo hay tiempo para “ser felices”.

"Basta con recordar a un padre que trabaja arduamente para organizar unas vacaciones familiares y, tras una serie de posposiciones, cansado de todo, les gritas a sus hijos: “¡Y ahora más vale que lo disfrutéis!” En un viaje de vacaciones, es bastante común sentir una compulsión del superyó a disfrutarlo, uno “debe divertirse” –uno se siente culpable si no lo disfruta. (En la era de los “felices cincuenta” de Einsenhower, esta compulsión era elevada al nivel de deber patriótico cotidiano, o, como lo expresó uno de los ideólogos públicos: “No ser feliz hoy en día es antiamericano”)"

(El acoso de las fantasías)

Así, incluso el supuesto efecto que han de tener las vacaciones se convierte en una fantasía más que hay que cumplir sí o sí por el bien de la Obra. Tras la obligación de ser feliz se esconde la actividad incesante del neurótico: estar frenéticamente haciendo cosas para evitar que lo Real ocurra. Una actividad que no es más que la continua reparación del decorado sobre el que se construye la ficción, una lucha por evitar que surjan grietas a través de las cuales entrever la oscuridad de las bambalinas.

De modo que, en ocasiones, el fin de las vacaciones es el momento que más se disfruta, pues se ha terminado la “obligación de disfrutar” y uno es libre, ahora sí, para “disfrutar” con enorme alivio desde la pasividad e indolencia de imaginar una realidad al gusto gracias al misterio de las fotos, que permiten reconstruir los escenarios y reconducir las sensaciones desde una realidad despreciable, o despreciada, hacia el reino rosa de la vida que el sistema dice que es la correcta.

Pero de eso irá el siguiente artículo. Creo…

La satisfacción del deber cumplido invade al ciudadano recargado y listo para ser reubicado en la maquinaria a que rinde utilidad.

A veces el ciudadano vuelve con algún defectillo moral. Pero para eso están algunos psicólogos cuyos consejos magacineros reubicarán la pieza en su lugar de la estructura social.

Y así, con suerte previamente medida y prestablecida, no habrá más imprevistos.

Ni demoras.

http://www.erraticario.com/economia-y-sociedad/de-vacaciones-y-otras-fantasias-i/

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